Leo en El País de hoy una de esas noticias curiosas, que tanto me gustan, -lo confieso-, sobre la vida íntima y cotidiana de escritores legendarios. Leer sobre sus ambiciones, sus pequeñas miserias, sus anhelos, sus tragedias sin resolver, es algo que me apasiona.
Creo que ésa desmitificación del concepto romántico del autor, lejos de empequeñecerlos, los amplifica, los libera del peso de la historia que, en su afán por ser testigo imparcial, provoca en ocasiones una visión excesívamente reduccionista y deformante de sus protagonistas. Es a través de las luces y sombras de sus vidas, como llegamos a entender mejor sus obras.
Y es que eso de invitar a los amigos a pasar unos días en casa está bien... el reencuentro con el compañero del alma al que hace tiempo que no ves, con quien llegaste a compartir tanto; o la perspectiva que supone pasar unos días de relax con tus mejores amigos, bromeando y divagando desenfadadamente sobre la vida...
Pero lo que en un principio parece motivo de alegría, se puede convertir en una pesadilla insufrible que puede acabar con la paciencia de las mejores famílias. Al parecer, así debieron sentirse Charles Dickens y la suya con el famoso autor de cuentos,-que no cuentista-, Christian Andersen, según publica el periódico The Times.
Dice este diario que el verano de 1847 Dickens acudió de visita a casa de Andersen, a quien le habían presentado recientemente, pero al no encontrarlo le dejó como obsequio un paquete que contenía 12 ejemplares firmados de sus libros, en los que escribió la siguente dedicatoria: : "A Hans Christian Andersen, de su amigo y admirador, Charles Dickens, Londres, julio de 1847".
A partir de entonces ambos autores se mantuvieron en contacto a través de una frecuente correspondencia. En una de estas cartas, allà por 1857, fruto de esta amistad, Dickens invitó a Andersen a pasar juntos un par de semanas en su casa. Antes de emprender el viaje, Andersen escribió a su vez a Dickens, -a modo de cortesía-, diciendole que no le molestaría demasiado.
El caso es que, las dos semanas se alargarían hasta 5, pese a los mensajes por parte del anfitrión, poco disimulados, al parecer, de que la estancia se estaba prolongando en exceso. Tanto empezaba a cansar su presencia diaria en la casa de los Dickens, que la hija del novelista le puso como apodo el de "huesudo aburrido", por la delgadez tan acusada del famoso escritor de cuentos.
Quizás, su libro de cabecera durante la estancia fuera El cuento de las Mil y una Noches, y éso le mantuvo entretenido y sin ganas de abandonar...
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Sobre la autora
Soy periodista y bibliotecaria, vivo en Barcelona, y me apasiona el mundo de la literatura
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