Cuando, inesperadamente, descubres un libro de un autor que no conocías, que te sacude y sientes que te eleva a cada página que lees... y te sumerges en la lectura dejándote guiar por esa voz que te
va arrastrando... tu experiencia anterior cambia. Y lo que hasta hace un momento parecía
tan real: tus certezas, tus rutinas diarias, la idea que te has hecho
del mundo, de las personas con las que convives, cuando sufres, cuando
te desvelas por las noches... se transforman en algo completamente
distinto.
Experimentas de nuevo, el milagro de la buena literatura para revelarte lo que de verdad importa, la lógica oculta de la vida.
Esto no es algo que me ocurra siempre. Quiero decir: hay libros de los
que guardo muy buen recuerdo, que me han emocionado y con los que he
disfrutado durante su lectura. Pero de lo que hablo ahora es de aquellos con los que sientes que estás
accediendo a algo muy diferente, que te vacían por dentro, y puedes
notar cómo cada frase que lees es como una gota de vapor frío que te va
penetrando poco a poco. Estás en otra realidad.
Y cuando otros quehaceres más urgentes te obligan a parar y a dejar de leer,
necesitas hacer un esfuerzo por volver a la realidad, a enfrentarte de
nuevo con tus certezas, tus rutinas diarias, la idea que te has hecho
del mundo. ..Pero tú ya no eres la misma, algo en tí ha cambiado...
No importa que algunos de esos autores provengan de épocas y orígenes muy diferentes; todos tienen en común, para mí, la marca personal de la autenticidad:
Sándor Márai, con su reflexivo y poético libro El último encuentro. Carmen
Martín Gaite, que tanto me influyó en una época de mi vida. Calderón de la Barca, con ese tratado cosmogónico sobre el drama de ser hombre, que es La vida es sueño. Simón Leys y su exquisita obra sobre los placeres sencillos de la vida, La felicidad de los
pececillos. Sam Savage, y su enternecedor Firmin. Gabriel Josipovici, la dialéctica hecha oficio en Moo Pak. O autores como Carlos
Castán en su libro de relatos —Solo de lo perdido—, John Cheever y sus cuentos en La geometría del amor, o John
Banville en El mar, el mar... muestrarios de las grandezas y miserias del ser humano.
Y como no, el libro que ha dado pie a este post: Metáfora y memoria, de la autora norteamericana Cynthia Ozick, un conjunto de ensayos muy inspirador sobre la literatura como arte y representación del hombre y su mundo. Totalmente recomendable.
Nota: en homenaje a aquella paloma cuyas patas no pude desatar, pero que, sin embargo, conseguía volar.
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Sobre la autora
Soy periodista y bibliotecaria, vivo en Barcelona, y me apasiona el mundo de la literatura
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