Leer a Henry James siempre resulta sugerente. Pero si tuviera que elegir de entre sus textos a cuáles acudir a la hora de buscar inspiración, me quedaría con dos de sus novelas cortas: La lección del maestro y La figura en la alfombra.
En La lección del maestro Henry James nos plantea, por boca de un autor en la cima de la maestría, si es posible compaginar la existencia del artista con todo aquello que da forma a la vida cotidiana: la familia, las preocupaciones diarias, la incertidumbre, la decepción... O si por el contrario, la ambición artística es incompatible con las pasiones y las aspiraciones prácticas.
Lo paradójico del caso es que quien lo dice es un hombre felizmente casado, que parece no haber seguido su propio precepto, pues él mismo ha antepuesto la vida al arte y pese a ello, resulta ser un autor prominente.
El joven escritor que lo escucha, esperando que el maestro le revele el origen de la inspiración, la magia del proceso creativo, está estupefacto, no consigue encajar la discrepancia entre lo que su autor representa para él y para su público y la confesión que el maestro le acaba de hacer.
Sin embargo, es importante destacar únicamente —para no desvelar la magia del relato— que el maestro no se encuentra en su mejor momento creativo, lo cual es algo que acepta con total resignación; la misma aceptación que continúa no obstante produciendo entre la crítica y sus lectores cada título nuevo suyo que ve la luz.
Como en la mayoría de los relatos jamesianos, la historia se complicará aun más dando forma al misterio, la paradoja por desvelar. Henry James nos lanza burlonamente la cuestión que tanto le interesa a modo de reto intelectual, pero es siempre el lector quien tiene la responsabilidad de desentrañar la clave, la solución que permita correr el velo y ver más allá de las apariencias, de lo evidente.
Henry James no solo es un escritor con una capacidad analítica y descriptiva envidiables para indagar en la realidad y en los mecanismos de la psique humana —de la que dan buena muestra los personajes de sus novelas y cuentos. Aparte de sus obras de ficción, dedicó gran parte de su carrera a profundizar en aspectos teóricos y críticos: la defensa del género novelístico, considerada por aquella época algo menor frente a la hegemonía que ocupaban el teatro y la poesía; su rechazo ante la masificación cultural incipiente de finales del siglo XIX; y la labor crítica que ejerció a través de tratados y reseñas literarias, intentando refinar la sensibilidad artística de sus lectores y de los críticos literarios de la época, a los que acusaba de ser demasiado conformistas y de tener poca imaginación.
Todo ello está muy presente en sus libros y de manera explícita en estos dos relatos que nos dan la medida de su exigencia artística y rigor crítico frente a lo que cabe esperar —como lectores y críticos— de toda obra literaria.
Esto enlaza con el segundo relato, La figura en la alfombra. Las similitudes entre ambas historias son evidentes, aunque, en mi opinión, en La lección del maestro el planteamiento del enigma es más sutil, mientras que en La figura en la alfombra su elaboración es más directa y repetitiva, ensombreciendo en parte la agudeza de sus percepciones.
De nuevo nos encontramos con el autor consagrado que se decide a compartir con el joven acólito parte de su secreto —pero solo parte, esa será la cuestión— sobre la idea esencial que sirve de inspiración y fundamento de toda su obra, algo sencillo y grande al mismo tiempo y que hasta el momento, ningún crítico literario ha conseguido detectar.
Al igual que en el texto anterior, la intriga está servida, el misterio que se oculta tras las pistas aparentes, que seguimos como lectores con la misma avidez con que lo hacen los protagonistas del relato, solo parecen servir para frustrarnos aún más y aumentar nuestra inquietud.
El hecho de que la explicación de este secreto desemboque en algo innombrable, cuya esencia permanece oculta a ojos de los críticos más avezados y que sea imposible de transmitir cuando finalmente uno de los protagonistas parece haber desentrañado el juego, nos recuerda que el hecho literario, y más concretamente toda creación artística, es en esencia algo mágico e inasible, imposible de definir categóricamente, que nace con una vocación de experiencia compartida, pero que, no obstante, tiene su origen y su razón de ser en el bagaje personal y subjetivo del creador. Como tal, su naturaleza solo puede ser comprendida y asimilada a partir de la experiencia subjetiva e íntima de cada lector.
2 comentarios:
Tengo pendiente leer a Henry James, y los temas que plantea sobre creación artística y vida-arte me interesan enormemente. A ver si aligero!
¡Un abrazo!
Pues si buscas un autor que indague en estos temas y que además lo haga más allá de la forma del ensayo, ese es Henry James. Saludos.
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