Buscaba una lectura que me sorprendiera de alguna manera, de un autor de
quien no hubiera leído nada anteriormente y, a la vez, que me hiciera
pasar un buen rato. Así es como llegué a encontrarme con este libro.
Después de leerlo, creo que la intuición no me engañó a la hora de
decidirme por él.
La originalidad que encierra para mí esta novela es que, partiendo de la tradición de las grandes novelas decimonónicas, Doctorow se convierte, por mediación del protagonista que da voz a la narración, en cronista y testimonio directo del Nueva York de finales del siglo XIX para contarnos una historia mixta, a medio camino entre la ficción histórica, la literatura gótica al más puro estilo y la novela postmoderna.
Misterio, sensualidad, profanaciones a media noche, revelaciones desconcertantes, sirven de base para la crítica social, poniendo al descubierto los claroscuros de la sociedad americana, pero también para la reflexión acerca de temas universales como son el poder, la condición humana, la conciencia moral, el uso y los límites éticos de la ciencia y la tecnología, la ambición, el paso del tiempo, el futuro...Y lo hace sutilmente, sin estridencias y sin recurrir a la confrontación explícita, pero transformando un género de lectura de entretenimiento en algo mucho más ambicioso.
Doctorow arremete contra los valores constitutivos de la sociedad americana y su fe ilimitada en la perfectibilidad del ser humano —que dio origen del llamado sueño americano. Frente a la imagen de ciudad cosmopolita y emprendedora, donde los avances tecnológicos y científicos prometen la mayor felicidad para todos, Nueva York adquiere, a medida que avanza la historia, tintes siniestros.
La novela nos descubre el lado oscuro que se esconde tras la pátina de la modernidad, el progreso y la riqueza, para mostrarnos una sociedad degradada, la perversidad que se oculta detrás de algunas formas de poder —especialmente aquel que busca perpetuarse a sí mismo a toda costa, más allá de toda consideración moral— y cómo tras el brillo de la opulencia se esconde su contrario en el inframundo de lo humano: veteranos tullidos de la Guerra de Secesión pidiendo limosna, bandadas de niños callejeros abandonados a su suerte buscan la manera de subsistir y recurren para ello a la venta ambulante, otros son recluidos en lúgubres asilos para huérfanos, bandas armadas de asesinos que prenden fuego a las instituciones sociales surgidas a raíz del abolicionismo, políticos corruptos, jueces y policías comprados, financieros de la Bolsa ladrones...
Para no desvelar más acerca de la historia, comentaré solo que, a medida que se van esclareciendo los hechos, la novela pasa de ser en cierta manera un fresco del Nueva York de aquella época para convertirse en una inquietante profecía sobre la conciencia humana y el futuro mismo de la humanidad como tal.
A destacar, por último, la sutileza y la penetración psicológica que despliega el autor a la hora de describir a los diferentes protagonistas —que nos remite en ocasiones a los personajes jamesianos—, lo cual constituye un ingrediente más de cara a recomendar su lectura.
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