Toda la obra del escritor norteamericano James Salter es, en esencia, una desesperanzada reflexión sobre la felicidad humana. O quizás sería más acertado decir, sobre la infelicidad.
Salter (Nueva York, 1925 - 2015) fue en su juventud piloto de las Fuerzas Aéreas Estadounidenses. Con la publicación de su primera novela, The Hunters, en 1957 abandonó la carrera militar para dedicarse, de manera intermitente, a la escritura.
En dos de sus novelas más populares, Años luz y La última noche, Salter pone el acento una vez más en los aspectos más problemáticos de la condición humana. Sin embargo, la distancia temporal que media entre la escritura de ambas, revela un cambio de actitud del autor respecto a su fe en nuestras posibilidades para acercarnos, en el transcurso de una vida, a la ansiada felicidad.
Salter (Nueva York, 1925 - 2015) fue en su juventud piloto de las Fuerzas Aéreas Estadounidenses. Con la publicación de su primera novela, The Hunters, en 1957 abandonó la carrera militar para dedicarse, de manera intermitente, a la escritura.
En dos de sus novelas más populares, Años luz y La última noche, Salter pone el acento una vez más en los aspectos más problemáticos de la condición humana. Sin embargo, la distancia temporal que media entre la escritura de ambas, revela un cambio de actitud del autor respecto a su fe en nuestras posibilidades para acercarnos, en el transcurso de una vida, a la ansiada felicidad.
En Años luz, publicada en 1975, aun se vislumbra un atisbo de confianza por parte del autor en nuestra capacidad última de elección, de reclamar un espacio en el que vivir donde lo personal y lo colectivo, lo cotidiano y lo sublime, puedan coexistir sin excesivas concesiones ni renuncias a aquello que somos —o que creemos estar destinados a ser.
Sin embargo, no debemos dejarnos engañar por el título del libro: tras sus luminosos pasajes —de una claridad, a mi juicio, excesivamente cegadora en ocasiones— se revela también su contrapunto en la escala vital: la sensación abrumadora, que experimentan los diferentes personajes en un momento u otro de sus vidas, de indeterminación y de fracaso personal.
Treinta años después de la publicación de esta obra, Salter escribe La última noche, un libro de relatos en los que el denominador común es, de nuevo, la complejidad de las relaciones de pareja, la desorientación vital y las deficiencias morales de sus protagonistas. En esta obra la amargura y la falta de esperanza y de soluciones se incrementa respecto a la anterior.
James Salter tiene una serie de mitos personales que lo dicen todo sobre su escritura. Su visión de la vida como una serie de estratos o sedimentos vitales que, a medida que se superponen y solidifican, dibujan un cuadro completo de nuestra experiencia, lo que fuimos, lo que somos y en qué nos hemos convertido, es uno de ellos. Estratos que es necesario analizar a fondo con meticulosidad si queremos apresar el instante y entender el resultado final, sin perdernos en el desvarió vertiginoso de nuestra existencia.
De ahí la tendencia casi compulsiva en el autor al análisis introspectivo —físico y emocional— de todo cuanto sienten y les sucede a los personajes a lo largo de sus vidas.
En sus libros Salter es consciente de que la perfección no existe. Sin embargo, a mi juicio, en Años luz el viraje hacia lo luminoso resulta demasiado idealizado. En esta novela, la vida humana, vista en toda su dimensión, adquiere un significado sublime, que nos trasciende y que busca autocompletarse por la vía de la realización personal.
Pero todos sabemos que en la la vida real las cosas no son tan fáciles como se les plantea finalmente a los protagonistas: pese a los esfuerzos por extraer un significado de nuestras experiencias, si algo define a la vida es precisamente su indeterminación y la imposibilidad de cerrar el círculo vital, por muy conscientes o no que seamos de la progresión de nuestros pasos.
Pero todos sabemos que en la la vida real las cosas no son tan fáciles como se les plantea finalmente a los protagonistas: pese a los esfuerzos por extraer un significado de nuestras experiencias, si algo define a la vida es precisamente su indeterminación y la imposibilidad de cerrar el círculo vital, por muy conscientes o no que seamos de la progresión de nuestros pasos.
Esta luz se hace opaca en el desenlace final que adquiere la historia, respecto a la lucidez que despliega el autor en La última noche, donde, aquí sí, el lector siente que late la vida en toda su amplitud y donde los momentos reveladores que siguen a los episodios mas dolorosos de la vida de los protagonistas, nunca lo son tanto como para acabar por completo con las incertidumbres; siempre queda la duda, el resquemor de saberse, desde un principio, incompletos para la tarea propuesta.
La escritura de Salter está plagada de cotidianidad, de experiencia real. De ahí el estilo llano, casi coloquial, pero, a la vez, árido y contundente en ocasiones. El autor parece querernos decir que la literatura, su literatura, no se explica desligada de la realidad. Lo que les sucede a los personajes del relato nos atañe también a nosotros los lectores. Porque en definitiva, nadie puede escapar de las lecciones del pasado...
La escritura de Salter está plagada de cotidianidad, de experiencia real. De ahí el estilo llano, casi coloquial, pero, a la vez, árido y contundente en ocasiones. El autor parece querernos decir que la literatura, su literatura, no se explica desligada de la realidad. Lo que les sucede a los personajes del relato nos atañe también a nosotros los lectores. Porque en definitiva, nadie puede escapar de las lecciones del pasado...
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